Quhan
Li era un general prestigioso, que había estado
de campaña los últimos cinco años.
Sumaba sus triunfos y eso gracias al consejo de Mahong,
el sabio enano. El general escribía cartas al
sabio, diciendo que extrañaba su hogar y que
deseaba retornar. El sabio enano siempre respondía
que eso no era adecuado y que lo mejor era seguir de
campaña. Tres años más pasaron
y el general volvió a escribir al sabio, señalando
que anhelaba su hogar, y Mahong volvió a responderle
que eso no era adecuado. En esa oportunidad el general
volvió a escribir, preguntando porqué
no era adecuado que volviese. Por respuesta recibió
una nota del sabio, la cual decía:
"Mientras tu eres victoriosos con tus enemigos,
yo me clavo a tu mujer".
El general comprendió que no siempre el éxito
va acompañado de alegría.
El
cazador de dragones
Tinni
Pooh era un rico comerciante, a quién sus vecinos
tenían por cobarde. Junto a su hogar vivía
un hombre que era cazador de dragones, a quien sus vecinos
respetaban y admiraban. Tinni Pooh no comprendía:
él era millonario y hacia regalos a sus amigos
y donaba comida a los pobres, mientras que el cazador
de dragones holgazaneaba, fornicaba con mujeres de ajenos
y vivía de prestado.
El comerciante fue a hablar con el cazador de dragones
y le preguntó: "¿Puedes explicarme
porque tus vecinos te admiran?", a lo que el cazador
respondió: "Me admiran porque me rasco los
huevos todo el día y porque las mujeres se calientan
con mi profesión y no paro de garchar".
Ese día Tinni Pooh vendió su negocio y
se dedicó a la caza de dragones.
Las
tristezas del duque
El duque de Ju ofrecía un gran premio ha quien
le devolviera la alegría. Unos pillos encontraron,
en un camino, a un enano deforme, feo como los excrementos
de un puerco y con gesto de idiota. Pensaron que si
llevaban ese engendro al duque y lo presentaban como
un bufón, les pagarían la recompensa.
Entonces se presentaron en la corte, diciendo que tenían
en su poder al engendro más horrible, que era
deforme e idiota. El duque los recibió personalmente
y cuando los pillos lo vieron, notaron que era idéntico
al engendro que ellos llevaban. El duque reconoció
en el engendró a su hermano gemelo perdido y
se sintió feliz.
Al día siguiente el duque les regaló 10
mujeres hermosas a cada pillo, como agradecimiento,
y los mando a castrar, por pelotudos.
La
sospecha
Un hombre perdió su hacha; y sospechó
del hijo de su vecino. Espió la manera de caminar
del muchacho, exactamente como un ladrón. Observó
la expresión del joven, como la de un ladrón.
Tuvo en cuenta su forma de hablar, igual a la de un
ladrón. En fin, todos sus gestos y acciones lo
denunciaban culpable de hurto.
Pero más tarde, encontró su hacha en un
valle. Y después, cuando volvió a ver
al hijo de su vecino, todos los gestos y acciones del
muchacho parecían muy diferentes de los de un
ladrón. (Lie Dsi)
Rumores acerca de Dseng Shen
Una vez, cuando Dseng Shen fue al distrito de Fei, un
hombre de su mismo nombre cometió un asesinato,
y alguien fue a decirle a la madre de Dseng Shen:
-Dseng Shen ha asesinado a un hombre.
-Imposible –contestó-. Mi hijo jamás
haría tal cosa.
Y tranquilamente siguió tejiendo.
Poco después, alguien más vino a comentar:
-Dseng Shen mató a un hombre.
La anciana continuó tejiendo.
Entonces llegó un tercer hombre e insistió:
-Dseng Shen ha matado a un hombre.
Esta vez la madre se asustó. Arrojó la
lanzadera y escapó, saltando la tapia.
A pesar de que Dseng Shen era un buen hombre y su madre
confiaba en él, cuando tres hombres lo acusaron
de asesinato, aún queriéndolo tanto, la
madre no pudo evitar dudar de él.
La gran tinaja de agua
Un chiquillo llamado wang, que era muy inteligente,
porque siempre prestaba atención a sus lecciones,
esforzándose en comprender todo lo que observaba,
hallábase jugando con varios camaradas, cuando
uno de ellos se cayá en una tinaja de barro llena
de agua. La tinaja era muy grande y ninguno de los niños
podia alcanzar a su compañero, que seguramente
hubiera perecido ahogado a no ser por la penetración
del pequeño Kwang. Este se daba cuenta de que,
quien intetara salvar al caído, por la boca de
la tinaja, no sólo fracasaría, en su intento,
sino que muy probablemente caería también
en ella. Por esto, Kwang, cogió del suelo una
gran piedra que lanzó con toda su fuerza contra
la tinaja, y al romperse ésta se escapó
el agua rápidamente quedando a salvo el pequeñuelo.
El
niño que encontró la luz
En las provincias de China abunda la gente muy pobre,
tan pobre que suele no disponer de luz después
de la puesta del sol, teniendo necesariamente que acostarse.
Un muchacho llamado Kang, que estudiaba para examinarse,
dióse cuenta de que, si quería alcanzar
un éxito en los exámentes, no debía
perder las horas que la oscuridad le quitaba para el
estudio. Su familia era demasiado pobre para comprar
aceite. ¿Qué hacer, pues? Había
caído una copiosa nevada, y Kang de repente recordó
que los reflejos blancos alumbran, por lo cual saliendo
fuera de la casa y sentándose sobre el suelo
helado, colocaba el libro de manera que sobre el reflejara
la claridad de la nieve. Así lo hizo durante
todo el invierno; pero llegó el verano y la nieve
derritióse. ¿Cómo se arreglaría
entonces el pobre Kang? Recordó que las luciérnagas
producen luz, aunque muy débil, y recogiendo
gran número de estos pequeños animalitos,
sirvióse de sus lucecillas para continuar sus
estudios hasta muy entrada la noche. Kang llegó
a ser un mandarín de alto rango.
La
pelota en el poste hueco
En una pequeña aldea vivia un muchachuelo, llamado
Yenfoh, muy listo y aplicado, que siempre tenía
salidas ingeniosas en las circunstancias difíciles.
Un día, mientras jugaba a la pelota con otros
camaradas, la pelota quedóse en lo alto de un
poste hueco, cayendo despues dentro del mismo y quedando
fuera del alcance de la mano de los niños. Todos,
menos Yenfoh, dieron por perdida la pelota; pero Yenfoh,
impulsado por una idea repentina, corrió a la
fuente de la aldea y llenó un cubo de agua, que
transportó hasta el poste hueco. Yenfoh, a la
vista de los demás muchachos, vertió el
agua dentro del poste, hasta que la pelota, flotando
en el líquido, pudo ser cogida fácilmente.
El
muchacho que no tenía papel
Un mozalbete que había tenido la desgracia de
perder a su padre, cuando apenas contaba cuatro años
de edad, deseaba prepararse para los exámenes;
pero su madre vivia miserablemene y no podia comprarle
papel, plumas y tinta. El muchacho, cuyo nombre era
Jang-su, apurosé mucho a causa de esto, y durante
algun tiempo no supo qué hacer. Sin poder escribir,
no podia estudiar y ¿cómo podría
escribir faltándole el papel? Pues en el caso
del joven Jang-su, se demostró bien pronto que
cuando hay voluntad no se tarda en encontrar una solución.
El muchacho vivía cerca de la costa, y bajando
a la playa con una rama de árbol resolvió
el problema trazando sobre la arena las palabras que
sobre el papel hubiera trazado.
El
estudiante soñoliento
En la provincia
de Tsu vivía un muchacho muy ansioso de distinguirse
en los exámenes, para ser así la gloria
de sus padres y de su pueblo natal. Pero observó
que, tras algunas horas de estudio, comenzaba a invadirle
una gran somnolencia, que terminaba en un sueño
profundo. Esto le apenaba muchísimo, y durante
algún tiempo no supo cómo ingeniarse para
permanecer despierto. Por fin, se le ocurió una
idea salvadora. Ató una cuerda al extremo de su
trenza, sujetando la otra extremidad de aquella a una
viga del techo, de suerte que, si se dormía y daba
cabezadas, el tirón de la coleta le despertaría
al punto.
El
tejido
Mencius sólo tenía tres años cuando
perdió a su padre, y su madre trabajaba muy penosamente
para proporcionar a su hijo una buena educación.
Para ello llevóle a la escuela, lo que en un
principio no desagradó a Mencius, pero no tardó
mucho en aflojar en sus estudios, hasta que, por último,
dando de mano a los libros abandonó la escuela
y volviose a su casa. La madre estaba tejiendo una pieza
de tela en la que había empleado mucho trabajo
y la que valía mucho dinero. Tan pronto como
vió entrar a Mencius en la casa, cogió
un cuchillo y cortó la tela de arriba abajo,
destruyéndola completamente.
-¡Hijo mío!- le dijo -tú no tienes
la mitad de tristeza al verme cortar este tejido que
tengo yo por verte abandonar tus estudios.
Mencius se impresionó tanto ante esta acción
de su madre, que volvió a la escuela en seguida
para estudiar siempre con aplicación verdadera.
El
agujero en el muro
A
un pobre muchacho llamado Kwanj-Hung, le gustaban mucho
los libros y el estudio, pero su pobreza impedíale
comprar aceite para la lámpara, careciendo por
lo tanto de la luz precisa. Trabajó para un funcionario
del Estado, quien a petición de Kwanj-Hung, pagó
a éste en libros en vez de dinero, y nunca mortal
alguno estuviera tan contento de su sueldo. Sin embargo,
los libros éranle de poca utilidad, mientras
no pudiera adquirir aceite para la lámpara, para
estudiar de noche.
Al fin se le ocurrió una buena idea. El vecino
de al lado tenía luz y Kwanj-Hung practicó
un pequeño agujero en el muro, colocando el libro
de manera que caía sobre éste el rayo
luminoso que penetraba por el agujero, pudiendo de tal
modo continuar con sus estudios.
Al celebrarse los exámenes, distinguióse
tanto, que el caso fué referido al emperador,
quien onróle con un alto cargo, llegando finalmente
Kwanj-Hung llegó a ser primer ministro del Imperio
Chino.
¿Para
que adular?
Un hombre rico y un hombre pobre
conversaban:
- Si yo te diera el veinte porciento de todo el oro
que poseo, ¿me adularías?.
Pregunto el rico.
- El reparto sería demasiado desigual para
que tú merecieras mis cumplidos.
Contesto el pobre.
- ¿Y si yo te diera la mitad de mí fortuna?.
- Entonces seríamos iguales. ¿Con que
fin adularte?
- ¿Y si yo te diera todo?.
- En ese caso, no veo que necesidad tendría
de adularte.
Llorando
la muerte de una madre
La madre de un hombre que vivía
al este de la ciudad murió y lloró su
muerte pero su llanto no sonaba suficientemente triste.
Al ver esto, el hijo de una mujer que vivía
al oeste de la ciudad, dijo a su madre.
¿Por que no os morís pronto?. Os prometo
lloraos con gran desconsuelo.
Será difícil que un hombre que desee
la muerte de su madre pueda llorarla amargamente
El
zorro que aprovecho el poder del tigre
Un tigre apresó a un zorro.
- A mi no me puedes comer – dijo el zorro –
El emperador del cielo me designó rey de todos
los animales. Si me comes, el Emperador te castigará
por desobedecer sus órdenes, y si no me crees,
ven conmigo. Veras como todos los animales huyen apenas
me ven y nadie se acerca.
El tigre accedió a acompañarlo y apenas
los otros animales lo veían llegar escapaban,
el tigre creyó que temían por el zorro
y no se daba cuenta que escapaban por él.
El
vendedor de lanzas y escudos
En el reino de Chu vivía un
hombre que vendía lanzas.
- Mis lanzas son tan agudas que nada hay que no puedan
penetrar.
Había otro que decía – Mis escudos
son tan sólidos – se jactaba - que nada
puede
atravesarlos.
- ¿Qué pasa si una de esas lanzas –
señalando el primer vendedor – choca
con uno de
vuestros escudos?. Pregunto alguien.
Los vendedores no supieron que contestar.
El
muro desmoronado
Había una vez un hombre rico
en el reino de Sung. Después de un aguacero,
el muro de su casa empezó a desmoronarse –
si no reparáis ese muro – le dijo su
hijo – por ahí puede entrar un ladrón.
Un viejo vecino le hizo la misma advertencia.
Aquella misma noche le robaron una gran suma de dinero
al hombre rico, quien elogió la inteligencia
de su hijo, pero desconfió de su vecino.
Palillos
de marfil
Cuando Chu, último rey de
la dinastía Chang, ordenó que de un
marfil de inmenso valor se le fabricaran palillos
para comer, su tío y consejero, el príncipe
Ki se mostró sumamente triste y preocupado.
Los palillos de marfil no pueden usarse con tazones
y platos de barro cocido, exigen vasos tallados en
cuernos de rinoceronte y platos de jade donde en vez
cereales y legumbres debe servirse manjares exquisitos,
como ser colas de elefante y fetos de tigre.
Llegado esto difícilmente el rey quiera vivir
con telas burdas y bajo techo de paja, encargaría
sedas y mansiones lujosas.
Me inquieta a donde conducirá todo esto –
dijo el príncipe Ki –
Efectivamente, cinco años después el
rey Chu asolaba el reino para colmar sus despensas
con todas las exquisiteces, torturaba a sus súbditos
con hierros calientes, y se embriagaba en un lago
de vino. Y de este modo perdió su reino.
Los
barcos viejos
Cuando Yu Li Si abandonó la
capital para regresar a su pueblo natal, el primer
ministro puso un funcionario a su disposición
para que lo acompañara y le dijo:
- Elegid para vuestro viaje el barco del gobierno
que más le agrade.
El día de la partida, Yu Li Si fue el primero
en llegar, al embarcadero. Había miles de embarcaciones.
Todo esfuerzo fue inútil para reconocer las
embarcaciones del gobierno. Cuando llegó el
funcionario que debía acompañarlo, le
preguntó – Aquí hay tantos barcos,
¿cómo distinguir los del gobierno?.
- Nada más fácil – contesto el
funcionario – Aquellos que tengan el toldo rasgado,
los remos rotos y las velas agujereadas, son todos
los barcos del gobierno.
Yu Li Si levantó sus ojos y suspirando se dijo
a si mismo: No es de extrañar que el pueblo
sea tan miserable, el emperador seguramente también
lo considera como propiedad del gobierno.
El
viejo tonto que traslado la montaña
Las montañas Taijang y Wangu
forman un macizo de casi dos mil metros de altura,
en su vertiente norte vivía un campesino de
casi 90 años, conocido como el viejo tonto.
Su casa se encontraba frente a la montaña,
y cuando salía a otro lugar se veía
obligado a dar grandes vueltas.
Un día se reunió con su familia y dijo.
- Estas montañas nos cortan el camino, entonces
todos juntos trataremos de sacarla del camino, de
este modo haremos un camino mas recto.
Todos aprobaron, solamente la mujer expreso dudas
- ¿Dónde meterán tantas piedras?.
Le respondieron – las echaremos al mar -.
Al día siguiente el viejo tonto con sus hijos
y sus nietos con balancines y canastos comenzaron
a trabajar duro. Una viuda de la vecindad tenia un
niño de siete u ocho años y él
también fue a trabajar.
A orillas del río Amarillo vivía un
viejo con fama de inteligente a quien llamaban Viejo
Sabio y que se reía de los esfuerzos del viejo
tonto.
Un día le dijo – Viejo como eres, apenas
tienes fuerza para arrancar la hierba.
El viejo tonto detuvo su trabajo y dijo: Es cierto
que yo soy viejo, pero después de mi muerte,
quedaran mis hijos y mis nietos, quienes a su vez
tendrán hijos y nietos. Durante ese tiempo
la montaña no crecerá, entonces, ¿por
qué no vamos a terminar nuestro trabajo?.
El viejo sabio no pudo contestar al viejo tonto.
El
señor que amaba a los dragones
El señor Ye amaba tanto a
los dragones que los tenía tallados o en pinturas
por toda su casa. Cuando de esto se enteró
el verdadero Dragón Celestial se puso muy contento
y bajó a la Tierra; llegó a la casa
del señor Ye y metió su cabeza por la
puerta y su cola por la ventana. Al verlo, el señor
Ye huyó despavorido, a punto de enloquecer.
Esto demuestra que el señor Ye no amaba verdaderamente
a los dragones; sólo gustaba de la imagen pero
no del auténtico dragón.
La
muerte del último
hijo
Tung-men Wu, del Reino de Wei, perdió
a su último hijo pero no dio muestra alguna
de dolor; pasaron los días y él continuó
comportándose como siempre, ni siquiera guardó
el luto acostumbrado. Al ver esto, un vecino le reclamó
su insensibilidad. Tung-men Wu le dijo:
- Hubo un tiempo en que yo vivía sin hijos
y no estaba acongojado. Cuando murió mi último
hijo volví a estar como antes. ¿Por
qué debo estar triste?
Sueño
y realidad
Un hombre del Reino de Cheng estaba
cortando leña en un bosque cuando,
de pronto, pasó junto a él un ciervo
espantado y lo mató. Temeroso de que otros
lo descubrieran, rápidamente hizo una zanja
donde lo ocultó con ramas de arbustos. Poco
después olvidó el escondrijo y creyó
que todo había ocurrido en un sueño.
Camino a su casa contó el suceso a mucha gente
como si se hubiera tratado de un sueño. Entre
los oyentes hubo uno que decidió buscar al
ciervo, y lo encontró; volvió a su casa
con tan preciada carga y dijo a su esposa:
- Un leñador soñó que había
matado un ciervo y que después no recordaba
dónde lo había ocultado. Pero ahora
resulta que yo lo encontré. Su sueño
tuvo que haber sido realidad.
- Tú eres quién soñó que
un leñador había matado un ciervo
- dijo la esposa -. ¿Realmente crees que existió
ese leñador? Tu sueño se hizo realidad.
- Si encontré al ciervo por un sueño
-contestó el marido
-, ¿qué caso tiene averiguar cuál
de los dos soñó? El leñador regresó
a su casa sumamente perturbado. Esa noche soñó
que el otro había encontrado al ciervo, y a
la mañana siguiente fue a disputárselo.
Discutieron largo tiempo. Y como no llegaban a ningún
acuerdo sobre la pertenencia del ciervo, recurrieron
a un juez. El juez dijo al leñador:- Bien.
Primero mataste realmente a un ciervo y creíste
que era un sueño. Más tarde lo soñaste
y creíste que era realidad. El otro encontró
al ciervo y ahora te lo disputa, aunque su mujer piensa
que él te soñó... Pero como el
ciervo está aquí, lo mejor es que se
lo repartan.
El rey de Cheng se enteró de todo lo sucedido
y dijo: - ¿Y ese juez no estará soñando
que reparte un ciervo?
El
zorro y el tigre
Un tigre atrapó a un zorro,
y éste le dijo: "A mí no puede
comerme. El Emperador del Cielo me ha designado rey
de todas las bestias. Si me comes desobedecerás
sus órdenes. Si no me crees, ven conmigo. Pronto
verás cómo huyen los otros animales
al verme".
El tigre accedió a acompañarle: y en
cuanto los otros animales los veían, escapaban
presurosos. El tigre creyó que temían
al zorro. No se dio cuenta que huían de él.
Dos
demonios
Tsin Kiu-po era un anciano de Langya.
Cierta noche salió muy borracho de la taberna
y encontró a sus dos nietos que le ayudaron
a caminar. Al poco rato los dos muchachos tumbaron
a golpes a su abuelo y le gritaron: "Te vamos
a matar, viejo abusivo, por el maltrato que nos diste
hace algunos días". Tsin Kiu-po fingió
que había muerto
Los nietos huyeron. El viejo se repuso un poco de
la golpiza y se encaminó pausadamente a su
casa. Encontró a sus nietos y los amenazó
con crueles castigos para reprenderlos. Los muchachos
dijeron: "Tú eres nuestro venerado abuelo.
No tenemos razón alguna para ser insolentes
contigo, tal vez te atacaron algunos demonios. ¿Por
qué no lo compruebas?" El viejo accedió.
Otra noche, Tsin Kiu-po se fingió ebrio camino
a su casa. Vio venir a sus nietos. Le ayudaron a caminar.
De pronto los apresó y con gran fuerza los
condujo hasta la casa. Comprobó entonces que
eran realmente demonios, pues en la casa estaban sus
nietos. Los encadenó y los dejó en el
patio. Al siguiente día el anciano se lamentó
de no haberlos matado, habían desaparecido.
Después de algún tiempo Tsin Kiu-po
se guardó un puñal y volvió a
fingir ebriedad. Anduvo caminando por ahí.
Como ya era muy noche su familia se preocupó
por él. Sus nietos pensaron que los demonios
lo estarían torturando y salieron en su auxilio.
Tsin Kiu-po encontró a sus nietos y los apuñaló.
Vivir
en la tierra natal
Un hombre que nació en Yen
vivió desde niño en Chu. En su ancianidad
decidió volver a su tierra natal y emprendió
el viaje en compañía de unos amigos.
Después de muchos días de caminar llegaron
a una ciudad y los amigos le dijeron: "Estamos
en Yen". El hombre se estremeció de alegría.
Pasaron por una ermita y le señalaron: "Este
es el altar de tu pueblo". El fervor religioso
invadió al hombre y expresó algunas
reverencias. Luego le indicaron una casa a lo lejos
diciéndole: "Allá vivieron tus
antepasados". Sus ojos derramaron lágrimas.
Por último, lo llevaron a donde estaba un muro
en ruinas y le plantearon: "En este lugar yacen
los restos de tus ancestros". El hombre no pudo
contenerse y lloró amargamente. Sus amigos
soltaron estruendosas carcajadas y le explicaron:
"Te hemos jugado una broma, aún no hemos
llegado a Yen. Apenas estamos en Chin".
Cuando el hombre llegó a Yen visitó
el altar de su pueblo, la casa y la tumba de sus antepasados,
pero sus emociones ya no lo conmovieron como cuando
estuvo en Chin.
Cabalgar
sobre el viento, flotar con las nubes
Lie Tse consideraba maestro al inmortal
Anciano Shang y amigo al sabio Pai-kao-tse. Tras acabar
su formación, regreso a su hogar montado en
el viento y flotando sobre las nubes. Un hombre llamado
Yin-sheng se enteró de la hazaña de
Lie Tse y quiso aprender su capacidad de cabalgar
sobre el viento. Así pues, acudió a
Lie Tse y le pidió que le dejase ser discípulo
suyo. Tan determinado estaba Yin-sheng a aprender
esta habilidad que se quedó en la casa de Lie
Tse asediando al maestro con preguntas. Esta situación
continuó durante varios meses, pero Lie Tse
se limitaba a ignorarlo. Yin-sheng empezó a
impacientarse y, después, a enojarse porque
LieTse no le enseñaba. Un día se marchó
completamente enfadado. Cuando Yin-sheng llegó
a su casa, se calmó y se dio cuenta de lo estúpido
e impulsivo que había sido, así que
acudió a Lie Tse y le pidió que le permitiese
de nuevo ser discípulo suyo. Lie Tse se limitó
a decir: “¿por qué viniste, te
fuiste y a continuación regresaste?”
Yin-sheng respondió: “Cuando vine por
primera vez a que me enseñases, me ignoraste.
Así que me aburrí y me fui. A continuación,
me di cuenta de que había sido demasiado impaciente
y temerario, y por ello volví y te pedí
que me aceptases de nuevo como discípulo”.
Lie Tse contestó: “Pensé que eras
inteligente, pero ahora veo que eres muy tonto. Escucha
por dónde tuve yo que pasar cuando aprendí
de mis maestros.” Lie Tse le contó a
continuación: “Cuando pedí al
Anciano Shang que fuera mi maestro y a Pai-kao-tse
que fuera mi amigo, decidí esforzarme para
disciplinar mi cuerpo y mi mente. Después de
tres años, temía poseer todavía
conceptos sobre lo correcto y lo equivocado, y no
me atrevía a pronunciar palabras que pudieran
ofender o agradar. Fue sólo entonces cuando
mi maestro me miró y reconoció mi presencia.
Cinco años después, yo pensaba libremente
sobre lo correcto y lo equivocado y hablaba con libertad
sobre la aprobación y la desaprobación.
Mi maestro me sonrió. Siete años después,
mis pensamientos me llegaban de forma natural sin
ningún concepto sobre lo correcto y lo equivocado,
y las palabras acudían de forma natural sin
ninguna intención de agradar u ofender. Por
primera vez, mi maestro me invitó a sentarme
a su lado. Nueve años después, en cualquier
cosa que venía a mi mente o salía de
mi boca, no había nada correcto ni equivocado,
que agradase u ofendiese. Ni siquiera mantenía
la idea de que el Anciano Shang era mi maestro y Pai-kao-tse
era mi amigo. “Fue entonces cuando me di cuenta
que no existía ninguna barrera entre lo que
había dentro y lo que había fuera. Mi
cuerpo se iluminó con una brillante luz. Oía
con mis ojos y veía con mis oídos. Utilizaba
mi nariz como boca y mi boca como nariz. Viví
el mundo con la totalidad de mis sentidos cuando mi
espíritu se unió y mi forma se disolvió.
No había ninguna distinción entre músculos
y huesos. Mi cuerpo dejo de ser pesado y me sentí
como una hoja flotante. Sin saberlo, estaba siendo
transportado por el viento. A la deriva de un lado
para otro, no sabía si yo cabalgaba sobre el
viento o el viento cabalgaba sobre mí.”
A continuación miró a Yin-sheng y dijo:
“Tú has estado aquí menos de una
hora y ya estabas insatisfecho de no haber sido enseñado.
Observa tu condición. Las partes de tu cuerpo
no cooperan; los vapores del cielo y de la tierra
no entran en tu cuerpo; tus articulaciones y huesos
son tan pesados que ni siquiera puedes moverte. ¿Y
tú quieres aprender cómo cabalgar sobre
el viento?” Cuando Yin-sheng oyó estas
palabras, quedó avergonzado y no preguntó
de nuevo cómo cabalgar sobre el viento.
Las
puertas del cielo
Un guerrero, un samurai, fue a ver
al Maestro Zen Hakuin y le preguntó: "¿Existe
el infierno? ¿Existe el cielo? ¿Dónde
están las puertas que llevan a ellos? ¿Por
dónde puedo entrar?".
Era un guerrero sencillo. Los guerreros siempre son
sencillos, sin astucia en sus mentes, sin matemáticas.
Sólo conocen dos cosas: la vida y la muerte.
El no había venido a aprender ninguna doctrina;
sólo quería saber dónde estaban
las puertas, para poder evitar la del infierno y entrar
en el cielo. Hakuin le respondió de un amanera
que sólo un guerrero podía haber entendido.
"¿Quién eres?", le preguntó
Hakuin.
"Soy un samurai", le respondió el
guerrero. En Japón, ser un samurai es algo
que da mucho prestigio. Quiere decir que se es un
guerrero perfecto, un hombre que no dudaría
un segundo en arriesgar su vida. "Soy un samurai,
un jefe de samuráis. Hasta el Emperador mismo
me respeta", dijo.
Hakuin se rió y contesto: "¿Un
samurai, tú? Pareces un mendigo".
El orgullo del samurai se sintió herido y olvidó
para qué había venido. Saco su espada
y ya estaba a punto de matar a Hakuin cuando éste
le dijo": Esta es la puerta del infierno. Esta
espada, esta ira, este ego, te abren la puerta".
Esto es lo que un guerrero puede comprender. Inmediatamente
el samurai entendió. Puso de nuevo la espada
en su cinto y Hakuin dijo: Aquí se abren las
puertas del cielo".
El cielo y el infierno están dentro de ti.
Ambas puertas están dentro de ti. Cuando te
comportas de forma inconsciente, estás a las
puertas del infierno; cuando estás alerta y
consciente estas en las puertas del cielo.
La mente es el cielo, la mente es el infierno y la
mente tiene la capacidad de convertirse en uno de
ellos. Pero la gente sigue pensando que existe en
alguna parte, fuera de ellos mismos… El cielo
y el infierno no están al final de la vida,
están aquí y ahora. A cada momento las
puertas se abren…en un segundo se puede ir del
infierno al cielo, del cielo al infierno.
Rumores
acerca de Dseng Shen
Una vez, cuando Dseng Shen fue al distrito
de Fei, un hombre de su mismo nombre cometió un asesinato,
y alguien fue a decirle a la madre de Dseng Shen:
-Dseng Shen ha asesinado
a un hombre.
-Imposible –contestó-.
Mi hijo jamás haría tal cosa.
Y tranquilamente siguió
tejiendo.
Poco después, alguien
más vino a comentar:
-Dseng Shen mató a
un hombre.
La anciana continuó
tejiendo.
Entonces llegó un
tercer hombre e insistió:
-Dseng Shen ha matado a un
hombre.
Esta vez la madre se asustó.
Arrojó la lanzadera y escapó, saltando la tapia.
A pesar de que Dseng Shen
era un buen hombre y su madre confiaba en él, cuando
tres hombres lo acusaron de asesinato, aún queriéndolo
tanto, la madre no pudo evitar dudar de él. (Anécdotas
de los Reinos Combatientes)
El
rey sabio
Había una vez un rey sabio y poderoso que gobernaba
en la remota ciudad de Wirani. Y era temido por su poder y
amado por su sabiduría.
En el corazón de aquella ciudad había
un pozo cuya agua era fresca y cristalina, y de ella bebían
todos los habitantes, incluso el rey y sus cortesanos, porque
en Wirani no había otro pozo.
Una noche, mientras todos dormían,
una bruja entró en la ciudad y derramó siete
gotas de un extraño líquido en el pozo,y dijo:
- De ahora en adelante, todo el que beba
de esta agua se volverá loco.
A la mañana siguiente, salvo el rey
y su gran chambelán, todos los habitantes bebieron
el agua del pozo y enloquecieron, tal como lo había
predicho la bruja.
Y durante aquel día, todas las gentes
no hacían sino susurrar el uno al otro en las calles
estrechas y en las plazas públicas:
- El rey está loco. Nuestro rey y
su gran chambelán han perdido la razón. Naturalmente,
no podemos ser gobernados por un rey loco. Es preciso destronarlo.
Aquella noche, el rey ordenó que le
llevasen un vaso de oro con agua del pozo. Y cuando se lo
trajeron, bebió copiosamente y dio de beber al gran
chambelán.
Y hubo gran regocijo
en aquella remota ciudad de Wirani, porque el rey y su gran
chambelán habían recobrado la razón.
Gibran Khalil ( El loco )
Eso
no es de mi incumbencia
Había
una vez un practicante que se decía especialista en
medicina externa. Un guerrero herido necesitó de sus
cuidados. Se trataba de extraer una flecha que se había
incrustado en sus carnes.
El cirujano tomó un par de tijeras, cortó la
pluma de la flecha a ras de piel y luego reclamó sus
honorarios.
-Aún tengo la punta de la flecha incrustada
en mi carne, hay que sacarla - le dijo el guerrero.
- Eso ya es del dominio
de la medicina interna- contestó el practicante- ¿Cómo
podría yo tomar la responsabilidad de ese tratamiento?.
( Relatos de SUE TAO )
La
Suerte
Un
granjero vivía en una pequeña y pobre aldea.
Sus paisanos lo consideraban afortunado porque tenía
un caballo que utilizaba para labrar y transportar la cosecha.
Pero un día el caballo se escapó. La noticia
corrió pronto por el pueblo, de manera que al llegar
la noche, los vecinos fueron a consolarlo por aquella grave
pérdida. Todos le decían:"! Qué
mala suerte has tenido!". La respuesta del granjero fue
un sencillo "puede ser".
Pocos días después el caballo regresó
trayendo consigo dos yeguas salvajes que había encontrado
en las montañas.
Enterados los aldeanos, acudieron
de nuevo, esta vez a darle la enhorabuena y comentarle su
buena suerte, a lo que él volvió a contestar:
"puede ser" .
Al día siguiente,
el hijo del granjero trató de domar a una de las yeguas,
pero ésta lo arrojó al suelo y el joven se rompió
una pierna. Los vecinos visitaron al herido y lamentaron su
mala suerte; pero el padre respondió otra vez: "puede
ser.
Una semana más tarde
aparecieron en el pueblo los oficiales de reclutamiento para
llevarse a los jóvenes al ejército. El hijo
del granjero fue rechazado por tener la pierna rota. Al atardecer,
los aldeanos que habían despedido a sus hijos se reunieron
en la taberna y comentaron la buena estrella del granjero,
más éste, como podemos imaginar, contestó
nuevamente: "puede ser".
Los
dos eremitas
En una solitaria montaña vivían dos eremitas
que adoraban a Dios y se amaban el uno al otro.
Los eremitas tenían una escudilla de barro, única
cosa que poseían.
Un día, un mal espíritu
entró en el corazón del más viejo, que
acercándose al más joven le dijo:
- Hace ya mucho tiempo que
vivimos juntos. Ha llegado la hora de separarnos. Dividamos
nuestros bienes.
Entonces el menor de los eremitas se entristeció y
dijo:
- Me duele hermano, que me abandones. Pero si tienes necesidad
de partir, así sea.
Y trajo la escudilla de barro y se la entregó, diciendo:
-No podemos dividirla, hermano,
quédate tú con ella.
Entonces el ermitaño más viejo replicó:
- No quiero caridad. No
me llevaré nada que no sea mío. La escudilla
debe ser dividida.
Y el más joven dijo:
- Si partimos la escudilla,
?de qué servirá después a tí o
a mí?. Si estás de acuerdo, podríamos
sortearla.
Pero el viejo eremita insistió:
- No quiero sino justicia
y lo que me pertenece, y no voy a confiar la justicia y lo
que me pertenece a la caprichosa suerte. La escudilla debe
ser dividida.
Entonces el eremita más joven no pudo seguir argumentando,
y dijo:
- Si es tu voluntad y eso
es lo que deseas, quebraremos la escudilla.
El rostro del eremita más viejo se fue oscureciendo
cada vez más, y gritó:
-! Maldito cobarde, no quieres
reñir !
Gibran Khalil (El loco )
Tres
o cuatro castañas
Un
amaestrador de monos, en el reino de Sung, era muy aficionado
a estos animales y mantenía un gran número de
ellos. Era capaz de entenderles, y los monos a él.
Por supuesto, tenía que apartar una porción
de comida de su familia para dárselas a ellos.
Pero llegó un día en que no sobraba comida en
casa y él quiso disminuir la ración de los monos.Temía
sin embargo, que no estuviesen de acuerdo con ésto,
y decidió engañarlos.
- Les daré tres castañas
cada mañana y cuatro cada tarde, les dijo a los monos.
¿Será suficiente?.
Todos los monos se alzaron en señal de protesta.
- Bueno, ¿qué les parece entonces: cuatro castañas
en la mañana y tres en la tarde?.
Los monos, esta vez, volvieron a ponerse en cuclillas, bastante
satisfechos.
Una
brizna de hierba
Una brizna de hierba dijo
a una hoja caída de un árbol en otoño:
-!Cuánto ruido haces al caer!. Espantas todos mis sueños
de invierno.
La hoja replicó indignada:
- !Tú, nacida en lo bajo y habitante de lo bajo, eres
insignificante e incapaz de cantar! ¡Tú no vives
en las alturas y no puedes reconocer el sonido de una canción
!.
La hoja de otoño cayó en tierra y se durmió.
Y cuando llegó la primavera, despertó nuevamente
de su sueño y era una brizna de hierba.
Y cuando llegó el
otoño, y fue presa de su sueño invernal, flotando
en el aire empezaron a caerle las hojas encima. Murmuró
para sí misma:
- ¡Oh, estas hojas
de otoño! ¡Hacen tanto ruido!. Espantan todos
mis sueños de invierno.
Gibran Khalil ( El loco )